Las primeras 300 páginas
Esta novela, que de momento sigue manteniendo el título de "Aunque sea lo último que haga," ha sufrido varias interrupciones inherentes a la profesión, como nuevo repaso de otra novela para presentar a editorial y diseñar las portadas y maquetar mis dos primeras novelas infantiles; "Pepo y su zapato mágico" y "Esther y su zapato mágico".
Sin embargo, la interrupción, no digo ya imperdonable, porque ya perdoné, señala a un único culpable; yo mismo. Mi asesino en serie localizaba a sus víctimas a través de Google y las seguía en Facebook, Instagram., donde subían selfies y demás. La narración tenía lugar en el año 2000 y 2002 fundamentalmente. ¿Sí? pues en un momento de inspiración cuando iba por la página 170, gracias a Google, descubrí que Facebook aterriza en España en el 2007 y que Google lo hizo en en mayo del 2000. Así que hubo que instruir a mi asesino para que se olvidara de las redes sociales, y a sus víctimas de subir selfies a Facebook. Hubo que comenzar de nuevo, buscando otras formas de actuación para el asesino en serie, y ajustar todos estos cambios en aquellos capítulos que se vieran afectados. Me atrevería a decir que ha quedado bastante digno.
Pero esto ya es historia.
Sobrepasar las 300 páginas te prepara para encaminarte hacia el desenlace final. Cierto, que depende de cada novela. En unas sabía que me hallaba más o menos a la mitad y en otras, las menos, como en este caso, sé que el fin se acerca. ¿Cómo será ese fin? Ya me gustaría a mí saberlo, dependerá de los personajes, estoy en sus manos. Lo que sí sé es que lo iré descubriendo según escriba, más o menos como si la estuviera leyendo.
Aparte de los personajes ya conocidos de la novela Una Rosa Blanca. Una Rosa Negra, como María Esther Lasa y los policías Rocío Prados, Mendía y Romero, el protagonista,. como decía al comienzo, es un asesino en serie. He tenido que documentarme sobre el funcionamiento de su mente y forma de actuar en sociedad. Una frase se me ha quedado grabada, "Ni todos los psicópatas son asesinos en serie, ni todos los asesinos en serie son psicópatas" Por lo visto hay muchos psicópatas a nuestro alrededor y la mayoría no saben que lo son, o no sabemos que lo somos...
Lo que más disfruto a estas alturas de la novela es que ya conozco a cada personaje, sé como piensan y por tanto cómo pueden actuar en cada momento, qué les motiva, qué les impulsa a reaccionar. Llegados a este punto mi papel pasa a un segundo plano, les junto y me limito a escribir lo que sucede,
Si os apetece leer, os dejó una recorte de uno de los primeros capítulos del borrador de estas primeras 300 páginas:
...Gus sintió como las uñas de la mano derecha de Marisol se deslizaban por su mejilla y un fino reguero de sangre resbalaba por su rostro. La rabia le hizo tensar aún más el alambre hasta comprobar que las patadas inconexas daban paso a una calma total. Tardó unos minutos en recobrar su ritmo normal de respiración. Barrió la zona con la mirada, todo parecía tranquilo. Le escocía la cara.
—Me cago en ti…
Cogió a la chica en brazos y la llevó hasta la jaula. Dedicó un tiempo a limpiar las uñas de Marisol para borrar cualquier rastro de piel de su rostro por pequeño que fuera. Al terminar la tumbó en el interior, cambió la cadena de oro que llevaba la chica en el cuello por la que él había traído. Del bolsillo del pantalón extrajo una fina navaja. Rodilla en tierra escribió sobre la arena:
—Todo queda en familia…
Satisfecho volvió sobre la chica cruzó sus brazos junto al pecho, le cerró los ojos, para que el investigador de turno comenzara a hacer cábalas sobre los motivos por los que el cuerpo había sido encontrado en esa postura y dedujera que los ojos cerrados implicaban que el asesino conocía a la víctima.
Se hizo con la cámara.
—¡Mierda!
Se notaba que era un maldito principiante. Olvidarse de que las puñeteras fotos las tendría que hacer de noche con flash era de imbéciles.
—¡Joder, joder, joder!
“Tranquilo”
Su parloteo interno de nuevo al rescate.
“Relájate, son sólo unas fotos y no parece que haya nadie”
Se caló la gorra de pálido amarillo de la chica y salió de la jaula como si de un guepardo al acecho de su presa se tratara. Agazapado sobre el pequeño murete que sujeta la valla que rodea la jaula escuchaba atento a cualquier ruido que pudiera delatar la presencia de alguien. Si le descubrían sabía lo que tendría que hacer, pero no entraba en sus planes. Las cosas había que concluirlas bien y no convertirlas en chapuzas.
Regresó al interior, situó la medalla de Mariano Fuente sobre el pecho de Marisol y sacó dos fotografías. Otra más del cuerpo completo. Dedicó unos minutos a observar el resultado de su día de caza.
—Todo queda en familia…— susurró mientras leía el breve texto junto a la víctima— Nadie antes habrá seguido los pasos de su padre como yo…— convino satisfecho.
Pasó la correa de la cámara por su cuello y debajo de la camiseta, mientras sentía su corazón galopando frenético.
Sonrió.
Esa sensación era adictiva.
“Ya me lo había advertido”
Orgulloso de cómo había terminado, abandonó la jaula con la gorra bien calada y caminó unos metros para no llamar la atención a quien pudiera haber por ahí. Sabía que en El Retiro había seguridad.
—¡Eh! ¡Usted!
Gus volvió el rostro.
Un individuo que parecía uniformado le hacía gestos con las manos. Por la cabeza del chico se mezclaban multitud de ideas. Desde salir corriendo, acercarse al hombre y clavarle la fina navaja que siempre le acompañaba o hacerse el loco y seguir.
Optó por una mezcla entre la segunda y la tercera opción.
Es decir, acercarse al hombre y, mientras pudiera, hacerse el loco.
—¿Es a mí?— se detuvo a unos seguros tres o cuatro metros de distancia procurando no ofrecer el perfil con las huellas de las uñas de su reciente víctima.
—Sí, señor. Estamos cerrando las puertas, debe abandonar cuanto antes el parque.
—Gracias, cuando corro se me pasa el tiempo sin darme cuenta— apuntó intentando mostrar una convincente sonrisa.
—Yo no sería capaz. Que tenga una buena noche.
—Igualmente.
Gus dio media vuelta y salió corriendo a paso tranquilo. Al llegar a la siguiente puerta de salida abandonó el parque y subió por la Avenida de Menéndez Pelayo en dirección al coche que había sido de su madre.
Sí, iba satisfecho pero a la vez disgustado por haberse dejado arañar la cara y por haber sido casi descubierto.
—Sólo casi…
De regreso a casa no dejaba de observar en el espejo retrovisor las marcas de las uñas de Marisol en su rostro, los finos regueros de sangre seca le daban una apariencia aparatosa. Negaba con la cabeza mientras lamía un par dedos y los restregaba por la herida. Detenido en un semáforo frotaba con saña la mejilla, los ojos encendidos. Volvió el rostro a su derecha. Una mujer de facciones regordetas le observaba sin disimulo alguno.
—¡¿Tú, qué coño miras, eh?!
La mujer no tuvo problemas en leer los labios del extraño chico que parecía querer quitarse algo de la cara.
“Tranquilo, si sigues así volverá a sangrar y se te hinchará la cara como un globo”
Una vez más, como en los últimos años, su voz interior asumía el punto de vista razonable. No sabía por qué, o quizá sí lo sabía o al menos lo intuía pero procuraba hacer caso a ese parloteo interno que muchas veces le había sacado de apuros.
—Tengo que pensar en algo para disimular estos arañazos, no me pueden ver así. Mi tía no dejará de hacerme preguntas…— susurró mientras aceleraba no sin lanzar una miraba furtiva a la mujer del coche de al lado.
De pronto, una imagen se formó en su cabeza.
“Mona…”
La gata de su tía, de largo pelo grisáceo y de diferentes tonos tostados, cruzaba frente a sus pensamientos. No se trataba de una gata común. Su tamaño triplicaba el de cualquiera que Gus hubiera visto a lo largo de su vida. Según su tía aún no había terminado de crecer.
—La raza Maine Coon, es así, espero que Mona no salga gigante, sería como tener un pequeño tigre en casa.
Gus disfrutaba de la compañía de la gata, cuando veía la tele o mientras estudiaba, tumbada sobre su cama sin que le quitara el ojo de encima. En ocasiones pensaba que Mona le había adoptado como si fuera alguien a quién cuidar. Se sentía muy, pero que muy bien en su compañía. Nadie le entendía como esa gata de ojos claros, algo rasgados y de mirada inquisidora. A ella le contaba todo lo que pasaba por su cabeza. Le había oído hablar de Lorena, de Marisol, de todo…
“Mona…”
La solución a los arañazos que acababa de recibir no iba a ser algo indoloro, al revés, pero si no se le ocurría otra en cuanto pusiera un pie en su casa y entrara con prisas, con muchas prisas con la excusa de necesitar ir al baño con urgencia, tendría que llevarla a cabo.
Muy a su pesar.
Aparcó juntó a la entrada de la urbanización, se caló bien la gorra confiando en que la visera dejara caer sobre su rostro la sombra suficiente, que proyectaban dos farolas que custodiaban la garita, impidiendo al conserje de noche distinguir los malditos arañazos.
Llegó a su casa sin contratiempos, las luces estaban apagadas. Su tía se habría ido a la cama. Mona apareció, sigilosa como siempre, restregándose contra sus piernas.
—Me echabas de menos ¿eh?— susurró.
“Vamos allá”
La cogió en brazos dejando que el suave pelo de la gata rozara su cara.
—Cada día pesas más.
Dejó al enorme felino sobre la cama. Abrió una de las puertas del armario y fijó su mirada en el espejo. Una vez más el rostro agónico de Marisol ocupó sus pensamientos. No sentía nada al recordarla, si acaso un punzada de odio por haberle rasgado la piel de la cara de esa forma. No, no sólo por eso, sino por considerarla culpable de lo que estaba a punto de hacer.
Agitó la cabeza mientras friccionaba con rabia el cuero cabelludo. Volvió el rostro hacia Mona, tumbada de lado, observándole como si le dijera que estaba preparada para hacer lo que necesitara.
—Nadie más que tú me comprende— dijo mientras recorría los no más de cuatro metros que le separaban de la gata y tomaba asiento a su lado— ¿ves esto?— llevó un dedo a su mejilla— me lo ha hecho una hija de…— suspiró y calló unos segundos antes de continuar: —… la cuestión es que tengo que disimularlo como pueda aunque te vayan a echar la culpa.
Mona ladeó la cabeza a un lado y deslizó su porosa lengua de un extremo a otro de la boca como si quisiera confirmar que lo entendía.
Gus tomó entre sus manos una de las patas delanteras de la gata. Acarició su rostro y la miró a los ojos.
—Ha llegado el momento.
Hundió con suavidad el dedo pulgar entre las almohadillas de la pata y las uñas retráctiles se convirtieron en garras finas y afiladas.
Muy afiladas.
Gus suspiró mientras se ponía de rodillas en el suelo. Acercó el rostro a las impactantes uñas y en cuanto sintió el contacto sobre su cara, imitó el típico gesto de Mona cuando se sentía acorralada por un perro; rasgar el aire con rapidez y furia.
En este caso rasgar su propio rostro.
Gus llevó una mano a la boca para ahogar, en la medida de lo posible el alarido, que pugnaba por salir de su garganta, mientras la gata se incorporaba de un salto y se detenía junto a la puerta de la habitación. Lo que esperaba que fuese otra charla de su dueño se había convertido en algo que no le gustaba nada. Volvió su pata hacia la boca y comenzó a lamerla.
—¡Joder!— masculló Gus con los labios apretados— ¡Joder! ¡Joder!
Lentamente se puso en pie. La mejilla le quemaba horrores y la cabeza parecía encontrarse próxima a estallar en mil pedazos. Se agachó junto a Mona, que le observaba sin saber cómo reaccionar, le ofreció su mano y la gata lamió.
—No te asustes, no ha sido culpa tuya, pero tenía que hacerlo ¿Lo entiendes?— dijo mientras acariciaba su peluda cabeza.
Regresó junto al espejo y observó las huellas de la garra sobre los arañazos de Marisol.
—Esto sí que es un arañazo.
Abrió la puerta de la habitación, momento que aprovechó Mona para salir corriendo como si le persiguiera una manda de perros. De repente se encendió la luz del pasillo.
Había llegado la hora de poner en marcha la última parte del plan del día. Echarse la culpa de jugar con Mona y salir trasquilado. Insistir en que no había sido culpa de la gata sino suya por querer ver sus garras y deslizarlas por su cara.
—Retiró la pata sin querer y bueno, ya ves…— dio mirando a su tía y señalando su rostro— no veas como escuece.
No se le dio mal hacerse la víctima, con el paso de los años iba bordando el papel. Veva curó con mimo la herida y le dio las buenas noches. Antes de acostarse y pagar la luz, Gus sacó su libreta del cajón del escritorio, trazó sobre el nombre de Marisol Fuente Rolan una uve y sonrió satisfecho. La cadena la introdujo en una caja. Guardó todo en el cajón y cerró con llave.
Tumbado sobre la cama miraba al techo.
—Me espera mucho trabajo…
Mona