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¿Cuándo comenzar una nueva novela?


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Como algunos de vosotros sabéis este pasado verano concluí la novela "Aunque sea lo último que haga" y que presenté al 4º Premio Literario de Amazon. A partir de aquí viene el planteamiento que da título a esta entrada. Los hay, son mayoría, sin duda, que defienden la necesidad de que transcurran varios meses. La verdad es que suelo dejar pasar un tiempo, cierto que no mucho, entre novela y novela, o si no aprovechar para escribir, como me ha sucedido en varias ocasiones, una novela infantil, que me sirve como desahogo. Ser escritor, te empuja a escribir.


Entiendo que el mejor momento para comenzar otra novela es cuando te lo pida el cuerpo, cuando sin motivo aparente estás buscando un tema, y lo encuentras. Cuando te descubres pensando en la posible trama, visualizando el punto de partida, algún flash de la mitad del camino y un claro fogonazo del final. Sí, sin duda este es el momento adecuado, sin importar el tiempo que haya pasado desde el último, FIN.


La nueva novela se llamará, al menos de momento, "La vida en un instante" ambientada en la estación de Canfranc, en Huesca a 8 kilómetros de la frontera francesa por el paso el túnel de Somport. Estamos ante una estación de tren internacional, a pesar de encontrarse físicamente en territorio español, la mitad de la colosal construcción esta bajo mando español y la otra mitad bajo mando francés.


Hasta que en noviembre de 1942 llegaron los alemanes.



Canfranc fue punto estratégico para los aliados, facilitaba el paso de información transcendental para el fin de la Segunda Guerra Mundial, en ambos sentidos, y hacia la Francia aún libre de Pétain. Fueron miles los judíos que utilizaron Canfranc con destino a Africa o a América. Los pilotos aliados caídos en combate, refugiados. En Canfranc se dieron cita espías, contrabandistas, chivatos, reunidos en la Fonda Marraco, acompañados de la Gestapo, las SS y los miembros de las resistencia, como una suerte real del Cafe de Rick de la película Casablanca.


En torno a ellos se crearon dos redes de espionaje. Una de ellas dirigida por Albert Le Lay jefe de la aduana francesa en Canfranc, personaje real y miembro activo de la resistencia francesa. Muchos de los miembros de esta red eran los propios habitantes del pueblo, maquinistas de tren, el cura, el médico, la estanquera, la modista, mozos de estación. Cuanto más me documento más apasionante se vuelve todo lo que allí se vivió. No es una novela histórica, sino ficción basada en hechos reales.


La novela comienza con una carta que recibe en 2015 Cisca Berdún de 90 años de edad. En 1942 contaba con 17 años, era hija de la estanquera. Esa carta le hará rememorar sus tiempos de espía y el momento en que su vida perdió todo el sentido en un instante.


La novela narra los recuerdos de Cisca en 1942-43 desde su convalecencia en un hospital.


Os dejo aquí el prólogo:


LA VIDA EN UN INSTANTE

Prólogo

Llevaba varios días sin poder dormir más de dos horas seguidas. Sentía el corazón agitado, golpeando con ansiedad su pecho, con miedo, con mucho miedo. Tenía que ser valiente, como ya lo fueron décadas atrás, pero hoy era diferente, no se trataba de ellos. No, hoy tenía una familia que no sabía nada, que eran felices y así deberían continuar.

Desde que recibió la breve carta luchaba para que su turbación, su inseguridad, sí, su intenso miedo, no la delatara ante los suyos. Para ello contaba con la ayuda de la vejez. A sus noventa años se valía de lo que su entorno esperaba de una mujer de su edad. Cuando no quería o no podía hablar cerraba los ojos y se hacía la dormida, o regresaba a su habitación cuando los vivos recuerdos, imposibles de enterrar a pesar de las décadas transcurridas, asomaban en su presente, amenazando con mostrarse en forma de lágrimas, escasas ya por todo lo llorado.

“Cisca, después de tantos años vienen a por mí. Aún no es oficial pero no tardará, te lo aseguro. Parece que tras la documentación que hallaron en Canfranc en el 2000 han encontrado testigos y su tumba. No digas nada, Cisca, que yo no lo haré, no me queda mucho tiempo y es mejor así.

Siempre tuyo.

M”


Francisca releyó la carta una vez más, la recibió unos pocos días atrás pero aún no daba crédito a lo que leía. Seguro que estaba equivocado aunque no era algo habitual en él. Sacó un pañuelo y lo pasó por sus humedecidos ojos.

—¿Estás bien, abuela? ¿Estás llorando?— quiso saber Almudena aproximándose a su lado. Llevaba un par de libros bajo el brazo. En el instituto era época de exámenes de fin de curso.

—¿Llorando? No, no tengo motivos, Almu, es sólo que a los mayores nos lloran mucho los ojos, seguro que se me ha metido algo.

—A ver, deja que te mire.

—Pero si no…

—Déjame, anda.

Almu elevó con mimo el párpado buscando alguna pequeña mota invisible. Con la mano rozada la piel del rostro de la mujer, marchitada por el cúmulo de experiencias acumuladas y a la vez suave, tiernamente suave. Sopló con delicadeza en el ojo y se abrazó a su abuela.

—Ya está. Lo que hubiera dentro se ha ido— dijo dándole dos besos.

—Gracias, hija.

—Me voy que tengo exámenes finales.

—Mucha suerte, Almu. Verás como sacas unas notas maravillosas.

—Ojalá, abu.


Francisca permaneció unos minutos con la mirada en la puerta por la que su nieta había abandonado el salón. Su cabeza en la breve carta y en sus recuerdos. Se apoyó con ambas manos en el sillón y sopló un par de veces antes de incorporarse, no sin esfuerzo, de la confortable butaca que le habían regalado sus nietos. Confortable y demasiado moderna para su gusto, que si piernas elevadas, que si espalda hacia atrás hasta quedar prácticamente tumbada, que si aprietas este botón vibra, o este otro para que el asiento se eleve por detrás lo justo para ayudar a ponerse en pie.

Eso decían.

A ella le daba la sensación de que iba salir despedida como los asientos de los pilotos de aviones de las películas que cuando se van a estrellar aprietan un botón y salen por los aires.

—Lo conseguí…— susurró ya en pie.

Se ajustó las gafas nasales, nueve metros de cable hasta el concentrador de oxígeno le otorgaban la libertad necesaria para moverse casi a su antojo desde su dormitorio, cuarto de baño incluido, hasta el salón, donde contaba con una pequeña nevera repleta de botellines de agua, zumos, algunas piezas de fruta y yogures. Lo necesario para poder disfrutar de una mínima independencia.

Giró sobre sí misma y observó durante unos instantes el sillón, sonrió a sus recuerdos. El día que se lo regalaron estaba rodeada de nietos y algún bisnieto, todos hablando y señalando aquí, allá. Incluso tiene un mando con flechas y más botones.

—Ni cuando me senté ante el volante de un coche por primera vez me agobié tanto— cogió su pequeña radio entre las manos para llevarla a su habitación y le hiciese compañía mientras se arreglaba. Sin necesidad de mirar la rueda la encendió. Apenas se separaba de ella a lo largo del día.

Caminaba por el pasillo con el viejo aparato bajo el brazo cuando la familiar musiquilla del noticiario captó su atención.

—A ver qué dicen.

“El que fuera general de la Guardia Civil, Gobernador Civil de León y de Navarra, Dionisio Abadías Sánchez ha sido detenido esta mañana por miembros de Policía Nacional…”

—Dios mío… No…— la mujer detuvo su caminar. Subió el volumen.

“…nos informan que han aparecido pruebas que vinculan a Abadías con la desaparición de civiles y con el asesinato de su propio hermano. Los hechos se remontan a 1943 en Canfranc municipio de la provincia de Huesca donde la popular estación de tren ejerció de frontera entre la Alemania nazi y España, lugar por el que transitaron miles de judíos, considerado como centro vital de espionaje para los aliados y…”

La abuela Cisca sintió como sus piernas perdían la escasa fuerza que las sostenía en pie y caía al suelo.

—No, tú no, amor mío…— susurró.

De pronto todo se volvió oscuro.



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